Por: Fabienne Fortunio
“No hace falta reprimir a un pueblo si puedes enseñarle a reprimirse solo”.
Así lo explicó Edward Bernays, sobrino de Freud y padre de la propaganda moderna. Pero lo que pocos saben es que sus técnicas se usan hoy con una precisión quirúrgica en redes sociales, publicidad, política… y ni lo notamos. Esto no es teoría de la conspiración. Es ingeniería social. Y está funcionando.
El engaño más sofisticado es el que no parece engaño
A Marta, de 17 años, le llegó un mensaje por WhatsApp: “Tu cuenta ha sido comprometida. Cambia tu contraseña aquí”. Lo hizo. Era falso. Su cuenta bancaria fue vaciada en horas. No se trataba solo de un fraude, sino de un caso clásico de phishing emocional, una técnica de ingeniería social que explota el miedo y la urgencia.
Este tipo de manipulación va más allá de los hackers. La ingeniería social usa la psicología para obtener información, influir en decisiones o provocar acciones. Y lo más sorprendente: funciona mejor cuando la víctima no se siente forzada, sino convencida.
Propaganda 3.0: la fábrica de realidades
Durante la Guerra Fría, la CIA financió exposiciones de arte abstracto como forma de mostrar la “libertad de expresión” frente al realismo soviético. Nadie lo supo hasta décadas después. Hoy, esa guerra cultural se libra en TikTok, foros y campañas virales.
Un estudio de Harvard Kennedy School en 2020 reveló que el 40% del contenido político más compartido en redes no proviene de ciudadanos, sino de cuentas automatizadas o pagadas por gobiernos o partidos.
A esto se suma lo que se conoce como astroturfing: crear movimientos “ciudadanos” que en realidad son diseñados por empresas o lobbies para parecer espontáneos. Un ejemplo real fue una campaña de apoyo a productos azucarados en México, disfrazada de defensa del “derecho a elegir”.
La persuasión invisible: cuando el enemigo entra por tu feed
En 2018, un experimento silencioso puso a prueba hasta qué punto se podía influir en las decisiones políticas de las personas solo con bots. Un pequeño equipo de programadores logró cambiar la intención de voto del 19% de los participantes simplemente con comentarios en redes sociales en tono emocional.
¿La clave? La repetición y la emoción. No se necesita un argumento lógico, solo que sientas algo: miedo, ira, orgullo. Esa es la puerta de entrada al cerebro.
“Soy libre… porque me lo dijeron en Instagram”
La ingeniería social no es solo una amenaza exterior. También se vuelve interna. Una de sus formas más potentes es el control narrativo: lograr que las personas defiendan con pasión ideas que no han elegido conscientemente.
El mejor ejemplo fue revelado por un estudio de Stanford en 2022: el 75% de los jóvenes no pudo distinguir entre una noticia de un medio fiable y una creada por inteligencia artificial en tono activista. Lo más impactante: todos afirmaban “estar bien informados”.
¿Cómo resistirse?
El primer paso es reconocer que todos somos vulnerables. La ingeniería social se aprovecha de nuestros sesgos, rutinas, emociones y deseos de pertenecer. No basta con ser inteligente: hay que ser crítico y emocionalmente consciente.
Porque, al final, el mayor éxito de la propaganda no es hacernos creer una mentira… sino lograr que no queramos escuchar otra versión.